La frase “se apareció marzo”, además del sentido asociado a los gastos de este mes, también puede emplearse para lo que muchas personas que ingresan a la educación superior suelen sentir estos días, en tanto se aproximan a algo muy deseado y para lo que se ha trabajado y encontrado recursos, pero que también puede venir acompañado de exigencias o desafíos para los que no necesariamente se sienten con la preparación suficiente. Porque en efecto, el ingreso a la educación superior en Chile, a la que cada año se suman más de un millón de nuevos estudiantes, es un logro muy anhelado por la mayoría de ellos y sus familias y que ha significado esfuerzo en la educación media, preparación de las pruebas de acceso, conseguir financiamiento y un largo etcétera y, por tanto, implica efectivamente el alcanzar una meta.
Conocidas y muy claras en las estadísticas son las desigualdades con que los estudiantes se enfrentan a este proceso y que influyen, determinando de manera significativa, en quién llega o no a las universidades y cuál es el tipo de carreras en las que tiene alguna posibilidad de entrar, sobre todo si aspiran a instituciones de mayor calidad, prestigio y competitivas. Pero una vez estando adentro, se hace evidente que los niveles de preparación para la educación superior harán que unos tengan un tránsito sin mayores sobresaltos por todas las exigencias académicas y de formación profesional, mientras que, para otros, la sensación de fracaso, de no avanzar y de ver la salida cada vez más complicada, será lo que los acompañará. Esto es así y seguirá siendo así, aunque cambien entre un año y otro los porcentajes representados por esos dos extremos, y todos los puntos intermedios.
Entonces, ¿qué se puede hacer? La primera recomendación está en que cada uno de los nuevos alumnos se mire a sí mismo, porque si bien recién comenzarán su aventura universitaria, no están debutando como estudiantes y, por tanto, saben “dónde les aprieta el zapato”. Me refiero con esto a que el nivel de compromiso académico y autonomía, no va a haber cambiado de forma drástica o mágica durante el verano y, por tanto, no se parte con una hoja en blanco ahora que ingresan a esta nueva etapa formativa. Lo positivo es que es algo que se puede modificar, si se está dispuesto a hacerlo. La segunda recomendación está asociada a aprovechar los recursos que las instituciones tienen para apoyarlos. Existen muchos programas y centros con profesionales altamente especializados, en la mayoría de las universidades e institutos, y que se dedican a ayudarlos en el desarrollo de las habilidades académicas, en nivelar sus conocimientos y en que logren el mayor grado de autorregulación académica que puedan alcanzar. Un tercer consejo, va por el lado de la vinculación con sus compañeros. Es clave en estos tiempos todo lo que la colaboración entre pares puede aportar para el logro de las tareas académicas y de los aprendizajes que se les asocian, por tanto, verán los beneficios de no desaprovechar las oportunidades para formar buenos grupos de estudio y de trabajo, los que no necesariamente se construyen con los mejores amigos o amigas.
Aunque todos estos temas dan para más desarrollo que el que permite una columna, finalmente es importante señalar que un ingrediente clave en cómo se vivirá la formación universitaria y profesional, es el sentido personal que tiene para cada uno, aquello a lo que se estará dedicando estos años de su vida. Porque se pueden tener todas las competencias, habilidades, recursos y redes, pero si no existe una valoración intrínseca de todo lo que implica formarse en tal o cual carrera, la educación superior puede ser una muy mala experiencia y eso, es algo que se puede prever.
Dr. Patricio Ramírez.
Docente Psicología UDD.