Marzo de 2020. Aterrizamos forzosamente en la era digital, aprendiendo sobre la marcha. Adaptamos nuestros hogares al teletrabajo y a la educación remota, tomando el pulso a la evolución de la pandemia y al ritmo de la vida online.
Desde nuestras reuniones de trabajo frente a la cámara del computador, la conexión de los niños a sus clases y repasar mentalmente qué falta para el almuerzo, hemos presenciado cómo se desarrolla la educación a distancia, cuán atentos y entusiasmados están nuestros hijos-estudiantes, si participan, prenden o no la cámara, cómo responden la prueba (solos, con “san Google” o en grupo con compañeros por WhatsApp), si el aprendizaje termina cuando acaba la clase sincrónica o hay actividades escolares que se completan durante la tarde. Después de un año, tenemos una evaluación de la experiencia y, a pesar del cansancio del confinamiento y sus secuelas en la salud mental, ya sabemos cómo nos funciona mejor el sistema.
Resulta cuando podemos anticiparnos, lograr una organización familiar-escolar-laboral focalizada en lo realmente importante, y seguir una planificación que es visible para todos (quién tiene qué, cuándo, a qué hora y qué necesita). Funciona si nos colaboramos, el liderazgo se distribuye según tareas, horarios y estados de ánimo; confiando que podemos descansar en el otro, entregando cada cierto rato la posta.
Se enfrenta mejor cuando no hay desconfianza ni se juzga el desempeño del otro en estas condiciones adversas; por el contrario, se considera nuestra historia y lo que somos en “normalidad”, se nos hace sentir valorados, comprendidos y acompañados, cuando el camino se pone cuesta arriba. Se vive bien con empatía y expectativas realistas, reconociendo que la vivencia de la pandemia es muy diversa en cada uno de nosotros, y es dependiente de los apoyos, redes, competencias, condiciones, emociones y ciclos vitales. Es abordable cuando me puedo expresar, disentir, criticar o felicitar, sintiéndome escuchado y respetado en mi opinión.
¿Alguna equivalencia con la educación remota? Podemos identificar bastantes. Los estudiantes aprenden más con docentes capaces de priorizar el currículum, mostrar activamente qué es lo importante en cada clase, haciendo seguimiento, logrando orientar y guiar a los aprendices.
Cuando reconocen que en las condiciones actuales la evaluación del aprendizaje se realiza mejor cuando los estudiantes investigan distintas fuentes, trabajan colaborativamente con otros y fundamentan sus decisiones; construyendo conocimiento con sentido, más que sólo acumulando datos. Se logra si nos conectamos emocionalmente con los estudiantes, buscando darles confianza y mostrándoles respeto para incentivar el diálogo con cámaras encendidas y mirándonos a los ojos; preguntándoles cómo están ellos y sus familias, con un interés genuino por comprender cómo viven la pandemia y contener, haciéndolos sentir acompañados. Dando crédito al esfuerzo individual, escuchando la divergencia de sus voces en desarrollo, y exigiéndoles de manera realista en este contexto de educación en emergencia.
¿Alguna similitud con el teletrabajo? Exactamente las mismas. Priorizar, empatizar, promover la colaboración y respetar la diversidad, son los grandes aprendizajes de la pandemia.
Dra. Verónica Villarroel Henríquez
Directora Centro de Investigación y Mejoramiento de la Educación (CIME)
Facultad de Psicología, Universidad del Desarrollo
Esta columna también se publicó en los medios: El Mostrador y en Revista NOS.