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#Opinión Página V: El rol del cuerpo en la “era ZOOM”: ¿Qué pasa cuando ya no tenemos al cuerpo en nuestros encuentros?

La palabra pandemia (pan = todo y demos = pueblo) significa “conjunto del pueblo” o “que afecta a todo el pueblo”. Unas de las primeras pandemias registradas en la historia de la humanidad es la conocida como la plaga de Atenas (en el año 430 a.c.), la cual tuvo una duración de 4 años dejando aproximadamente a 100.000 muertos. 

Tal vez, la pandemia más conocida por nosotros es la famosa peste negra (entre los años 1347 y 1350 d.c.), que afectó a toda Europa, con una duración de 6 años y dejando a más de 75 millones de fallecidos. 

Más recientemente la gripe española (entre los años 1918 y 1920) duró 2 años aproximadamente y dejó más de 50 millones de muertes. 

Pareciera que, cada cierto tiempo, una pandemia emerge y asola a la humanidad. Poner en contexto a las pandemias y reconocer las semejanzas y diferencias nos permiten comprender de mejor forma las particularidades del proceso que estamos viviendo hoy.

Reconociendo lo anterior, la pandemia es un fenómeno complejo, que no considera únicamente la dimensión sanitaria. Comprender el fenómeno pandémico como exclusivamente sanitario sería entenderlo parcialmente, acotándolo sólo en su dimensión materialista y biológica. Los periodos pandémicos, en el amplio sentido de la palabra, incluyen una dimensión psicológica y social, que puede quedar invisibilizada por la perspectiva exclusivamente médica. La dimensión psicológica y social no se opone a la perspectiva médica, sino que complementa y contextualiza el fenómeno de la pandemia.

Estos fenómenos sanitarios y culturales despiertan en todos nosotros el arquetipo del apocalipsis – o fin del mundo – que todos nosotros compartimos en nuestro inconsciente colectivo. El temor al contagio, a la muerte, a la cesantía, la hambruna y el caos, por un lado, y, la angustia del encierro, el aislamiento, el miedo y el parar del mundo, por el otro lado. Compartir esta crisis a nivel social explica en parte el desorden social, el híper-abastecimiento, los altos niveles de angustia, depresión y violencia que hemos observado en el último año. 

La pandemia por COVID-19 que actualmente experimentamos presenta un ingrediente diferente al de la Gripe Española y a las anteriores. En gran medida por la época en la cual vivimos y por los avances de la ciencia y la tecnología. Hoy existen diferentes medios para mantener el contacto durante el aislamiento. Se han desarrollado nuevas formas de interacción y organización en el trabajo. La distancia y el aislamiento se intenta diluir, al menos ilusoriamente, a través de plataformas virtuales de interacción humana. Vivir la pandemia con el desarrollo tecnológico actual, y con Zoom, al parecer, es muy diferente a vivirla sin Zoom, lo cual transforma en modo en que se vive la experiencia del aislamiento durante la pandemia.

Las plataformas de interacción virtuales tienen evidentes ventajas. Por un lado, nos permite interactuar y relacionarnos, nos ayudan a seguir en contacto, cuando podríamos no hacerlo. Pero ¿qué pasa cuando ya no tenemos al cuerpo en estos encuentros?

La mayoría de nosotros ha establecido durante la pandemia interacciones virtuales con sus seres queridos e interacciones a distancia en el trabajo o en la educación. Algunos han debido asistir a clases, celebrar cumpleaños, conversar con su pareja o amigos por Zoom u otros medios de comunicación virtual. Estos sistemas nos han permitido continuar con la vida “como si” continuara todo igual. 

Sin embargo, esta forma de interacción humana tiene algunos riesgos menos visibles. Con esto, nos referimos no sólo a la fatiga por exceso de pantalla, sino también que la experiencia de estar frente a una pantalla deja algunas dimensiones de la experiencia fuera. Una de ellas, de las más importantes, es el cuerpo.

La corporalidad ha sido objeto de estudio en la historia del pensamiento filosófico, antropológico y psicológico. No obstante, el interés por el estudio del cuerpo en los académicos e intelectuales ha sido considerablemente menor en comparación con otras funciones/dimensiones de la experiencia humana, como son, por ejemplo, las funciones cognitivas, la neurobiología y las emociones. Al parecer, el dualismo moderno separó la mente del cuerpo, desacoplando la vivencia corporal de todas las otras dimensiones de la experiencia, obteniendo una visión desintegrada del ser humano. Recordemos que, para Platón, el cuerpo es “la cárcel del alma, y es el alma la que vive eternamente – en el mundo de las ideas – luego de la muerte del cuerpo físico”. La modernidad, como periodo histórico, cultural, económico e intelectual, terminó por separar cuerpo y mente, e impuso una comprensión mecanicista de la corporalidad. Hoy en día se valora la imagen corporal en desmedro de una mayor conciencia corporal. 

Las investigaciones han mostrado que el 90% de los gestos no verbales (movimientos corporales) ocurren durante el habla (McNeill, 1992). Esto es, nos movemos más mientras estamos hablando e interactuando con otros. Estudio muestran la expresión corporal que tienen diferentes procesos psicológicos durante la experiencia cotidiana (Olivares, Opazo, Sepúlveda & Cornejo, 2015; Fossa, 2019). Por otro lado, investigaciones han mostrado la importancia del rostro en las interacciones humanas, específicamente, en las expresiones de emociones (Ekman & Friesen, 1971; Banninger-Huber, 1997; Benecke, Peham, & Banninger-Huber, 2005; Gottman, Levenson, & Woodin, 2001). 

Estudios han demostrado la importancia de la corporalidad completa para comprender los estados mentales, emocionales y actos comunicativos del otro (Cornejo, Hurtado, Cuadros, Torres, Paredes, Olivares, Carré & Robledo, 2018; Yoshimoto, Shapiro, O’Brien & Gottman, 2005; Aviezer, Trope & Todorov, 2012). En este sentido, el cuerpo cumple un rol fundamental en el proceso de comprensión mutua. 

Estudios recientes también han demostrado el rol de la coordinación y la sincronía en interacciones empáticas y no empáticas (Fossa, Cornejo & Carré, 2016; Fossa, Molina, De la Puerta & Barr, 2020). Cuando logramos una conexión emocional en nuestros encuentros, los cuerpos se coordinan y sincronizan. En cambio, por el contrario, cuando aumentan los niveles de tensión y desacuerdo en una interacción, se ha demostrado que los movimientos de los cuerpos se desacoplan (Cornejo, Hurtado, Cuadros, Torres, Paredes, Olivares, Carré & Robledo, 2018; Fossa, Molina, De la Puerta & Barr, 2020). 

Es decir, la investigación ha logrado mostrar la existencia de una coordinación no verbal y vocal en interacciones de alta conexión afectiva como son, por ejemplo, las relaciones amorosas, las amistades significativas, la relación psicoterapéutica entre el terapeuta y el consultante, entre otras. 

Si bien son indiscutibles las ventajas de poder mantenernos conectados mediante videollamadas, un importante riesgo que puede pasar fácilmente desapercibido es el de invisibilizar la riqueza y complejidad del otro. En este tipo de interacciones, las dimensiones vitales de nuestra experiencia humana, como por ejemplo el cuerpo se ven considerablemente reducidas. 

Por medio de una pantalla no podemos captar los olores, las texturas y ni los sabores, apenas percibimos los micro-gestos faciales; vemos parcialmente los cuerpos, los contextos físicos y relacionales en los cuales los demás están.

La expresión del sentir y del emocionar del otro puede sernos aún más difíciles de captar. Corremos el riesgo de que muchas de las experiencias vitales simplemente queden fuera del pequeño rectángulo que vemos mediante una pantalla.

La interacción virtual homogeneiza la experiencia, la encuadra, la recorta y tenemos que hacer un esfuerzo para contrarrestar esta homogeneización. Un nombre, una fotografía o un video inclusive son apenas un pálido reflejo de lo que la persona está viviendo en la relación que está teniendo mientras se comunica.

Para contrarrestar esta homogeneización, tenemos que volver, una y otra vez a ver a la persona que está detrás del rectángulo, volver a encontrarnos y humanizar a la persona con quien nos encontramos, y hacer esto mediados por una pantalla implica tener la motivación y hacer un significativo esfuerzo.

Seguro que en estos meses de pandemia hemos tenido experiencias significativas y emotivas con otros mediados por pantallas, las cuales han requerido voluntad, flexibilidad y poner en práctica nuestra habilidad de estar presentes ahí junto al otro.

Sin dudas, el contexto digital está generando nuevos escenarios vitales, los cuales llegaron para quedarse. Pero, con ello vienen también nuevos desafíos, siendo quizás uno de los más significativos la visibilidad del otro y hacerlo incluyendo su experiencia íntegra.

Junto con desarrollar habilidades tecnológicas, necesitamos con urgencia desarrollar habilidades de presencia, empatía y compasión para ponerlas en práctica en el nuevo contexto virtual, para así no dejar de vernos como los seres sintientes y complejos que somos, ya que más allá del desarrollo tecnológico, seguimos hoy y seguiremos en el futuro necesitando del encuentro genuino con el otro, y hoy nos vemos impelidos a tener estos encuentros mediados por la tecnología. 

La presencia que logramos en una videollamada no es sinónima a la presencia de cuerpo presente. La palabra Sucedáneo significa “cosa que imita algo sin alcanzar todas sus cualidades”.  Zoom es un excelente sucedáneo… pero un sucedáneo, al fin y al cabo. No debemos olvidarnos de que la vida es multidimensional y sobre todo multisensorial (lo cual incluye a todo el cuerpo), y que el ser humano es intrínsecamente relacional. Necesitamos del calor del otro para hacer crecer nuestros vínculos y nuestra identidad. 

¿Qué se pierde al no tener al cuerpo en nuestras interacciones? Las expresiones corporales como la mirada, el tacto, el aroma. La felicidad de los amantes en un matrimonio no alcanza a atravesar la pantalla y el frío desapego de la despedida ante la muerte no se alcanza a apreciar totalmente por Zoom. El calor de la vida no se logra transmitir por la fría pantalla. El poder de un silencio emotivo, lo profundo de un suspiro y lo erótico de una mirada, no entienden de pantallas. Necesitan del encuentro humano de cuerpo presente en el aquí y ahora para demostrar, por un segundo, la complejidad e inmensidad de la naturaleza humana. La pantalla no permite experimentar el calor del amor y el desarraigo de la muerte. 

La invitación es a desarrollar una perspectiva consciente, hacemos un llamado de alerta, a no confundir dimensiones, valorar el cuerpo y la riqueza del encuentro, los cuales nunca podrán ser reemplazados del todo por la digitalización de la comunicación. 

Antes del desarrollo de las sociedades y de la aparición del lenguaje, fuimos sólo cuerpos… y al parecer en la modernidad no le hemos otorgado aún el lugar que se merece. 

Que la pandemia no nos haga olvidar la importancia del cuerpo. Quizás necesitábamos distanciarnos para, cuando volvamos a estar de cuerpo presentes, poder valorar con más fuerza el aroma, la temperatura de la piel y afecto que sobrepasa los límites del cuerpo cuando nos abrazamos. 

Pablo Fossa, PhD.
Facultad de Psicología, Universidad del Desarrollo

Claudio Araya, PhD.
Escuela de Psicología, Universidad Adolfo Ibáñez