La pandemia por COVID-19 que actualmente experimentamos presenta un ingrediente diferente al de las epidemias anteriores. Hoy la distancia y el aislamiento se intentan diluir, al menos ilusoriamente, a través de plataformas virtuales de interacción humana.
La mayoría de nosotros ha establecido durante la pandemia interacciones virtuales con sus seres queridos, en el trabajo o en la educación. Algunos han debido asistir a clases, celebrar cumpleaños, conversar con su pareja o amigos por diferentes medios de comunicación virtual. Estos sistemas nos han permitido continuar con la vida «como si» continuara todo igual. No obstante, la experiencia de estar frente a una pantalla deja algunas dimensiones de la experiencia fuera. Una de ellas: el cuerpo.
Si bien son indiscutibles las ventajas de la comunicación virtual, un importante riesgo que puede pasar fácilmente desapercibido es el de invisibilizar la riqueza y complejidad del otro.
Por medio de una pantalla no podemos captar los olores, las texturas y ni los sabores, apenas percibimos los micro-gestos faciales; vemos parcialmente los cuerpos, los contextos físicos y relacionales en los cuales los demás están. La expresión del sentir y del emocionar del otro puede sernos aún más difíciles de captar.
La interacción virtual homogeniza la experiencia. Un nombre, una fotografía o un video inclusive son apenas un pálido reflejo de lo que la persona está viviendo en la relación que está teniendo mientras se comunica.
Sin dudas, el contexto digital está generando nuevos escenarios vitales, los cuales llegaron para quedarse. Pero, con ello vienen también nuevos desafíos, siendo quizás uno de los más significativos, recordarnos la importancia del cuerpo en nuestros encuentros.
La presencia que logramos en una videollamada no es sinónima a la presencia de cuerpo presente. La palabra Sucedáneo significa «cosa que imita algo sin alcanzar todas sus cualidades». Zoom es un excelente sucedáneo… pero un sucedáneo, al fin y al cabo. No debemos olvidarnos de que la vida es multidimensional y sobre todo multisensorial, y que el ser humano es intrínsecamente relacional. Necesitamos del calor del otro para hacer crecer nuestros vínculos y nuestra identidad.
¿Qué se pierde al no tener al cuerpo en nuestras interacciones? Las expresiones corporales como la mirada, el tacto, el aroma. La felicidad de los amantes en un matrimonio no alcanza a atravesar la pantalla y el frío desapego de la despedida ante la muerte no se alcanza a apreciar totalmente por Zoom. El calor de la vida no se logra transmitir por la fría pantalla. El poder de un silencio emotivo, lo profundo de un suspiro y lo erótico de una mirada, no entienden de pantallas. Necesitan del encuentro humano de cuerpo presente en el aquí y ahora para demostrar, por un segundo, la complejidad e inmensidad de la naturaleza humana. La pantalla no permite experimentar el calor del amor y el desarraigo de la muerte.
La invitación es a desarrollar una perspectiva consciente, hacemos un llamado de alerta, a no confundir dimensiones, valorar el cuerpo y la riqueza del encuentro, los cuales nunca podrán ser reemplazados del todo por la digitalización de la comunicación.
Que la pandemia no nos haga olvidar la importancia del cuerpo. Quizás necesitábamos distanciarnos para, cuando volvamos a estar de cuerpo presentes, poder valorar con más fuerza el aroma, la temperatura de la piel y afecto que sobrepasa los límites del cuerpo cuando nos abrazamos.
Pablo Fossa A.
Docente investigador UNIR
Psicología UDD
Claudio Araya
Universidad Adolfo Ibáñez