En el contexto mundial actual por el que estamos atravesando, cabe preguntarse una vez más por el carácter de la situación de enseñanza-aprendizaje y la noción de desarrollo en nuestros procesos educativos. El desarrollo, aspecto central de todo proceso académico, tiene relación con el establecimiento de tareas y desafíos que permitan la emergencia de nuevas conexiones dinámicas entre los procesos cognitivos, incluidos por supuesto, los afectos. En este fin, la dimensión relacional de la situación de enseñanza-aprendizaje es central.
Gran parte de la literatura referida a este contexto ha enfatizado el rol de los docentes en el proceso de instrucción. Esto es, la capacidad que tenga el académico para impulsar hacia adelante el desarrollo de las y los estudiantes. Quienes adhieren a esta perspectiva establecen a los docentes como el “techo” de los procesos educativos, por lo que, formando o especializando a los docentes avanza también el desarrollo del estudiantado.
Por otro lado, existe un movimiento que enfatiza las capacidades de las y los estudiantes en el proceso de instrucción. Esto es, el desarrollo psicológico y cognitivo dependerá de las habilidades del estudiantado, para avanzar hacia nuevas formas de elaboración cognitiva.
Sin embargo, un área menos desarrollada considera la importancia de la dimensión relacional en el proceso de instrucción. Es decir, la relación entre el instructor y el aprendiz. Aquí se encuentra el núcleo del proceso de formación.
No sólo debemos centrarnos en la transmisión de contenidos, sino en el momento de encuentro entre los actores, donde la escena de desarrollo se transforma en un doble proceso, en que ambos miembros encuentran nuevas formas de conexiones inter-funcionales, que se establecen como herramienta cognitiva y quedan disponibles para ser utilizadas en nuevos desafíos en el futuro.
El docente no sólo debe intentar que las y los estudiantes alcancen su zona de desarrollo potencial, y el estudiantado no sólo debe focalizar en el contenido que los docentes buscamos transmitir. El foco de los docentes y estudiantes debe estar también en la relación. El estudiantado debe focalizar en las acciones cognitivas que realiza el docente para transmitir sus conocimientos, en sus estrategias, en las formas de pensamiento que despliega –en tiempo presente- cuando construye una nueva idea. Por otro lado, los docentes debemos focalizar en la forma en que las y los estudiantes se vinculan con nosotros, en sus barreras para establecer una jerárquica integración de sus funciones psicológicas, en su disposición afectiva frente al aprendizaje y a la figura del profesor, etc. Si logramos que las y los estudiantes se enfoquen en las estrategias académicas de los docentes, más que en los contenidos, éstas podrán ser internalizadas; y, transformar así toda la organización psicológica, preparándola para enfrentar nuevos desafíos educativos en particular, y de la vida cotidiana en general.
Hace algunos meses escuché el concepto de Situación de Enseñanza-Aprendizaje Orientada al Desarrollo (SEAOD). Por este concepto entiendo un proceso educativo centrado en la emergencia de nuevas conexiones inter-funcionales que se expresen en nuevas habilidades psicológicas, con énfasis en la dimensión relacional del encuentro académico. Si revisamos lo que ocurre en nuestras aulas presenciales, probablemente encontraremos que no todos los contextos de enseñanza-aprendizaje están realmente orientados al desarrollo, sino más bien a la transmisión de contenidos.
En el contexto de la cuarentena por COVID-19 en que los procesos académicos se han desplazado a los sistemas de comunicación virtuales, donde la dimensión relacional de la instrucción ha cambiado, se establece como un gran desafío preguntarnos: ¿En qué medida nuestras estrategias académicas en la educación virtual están realmente orientadas al desarrollo?
Dr. Pablo Fossa
Profesor Investigador Unidad de Investigación en Procesos Relacionales (UNIR)
Facultad de Psicología, Universidad de Desarrollo