El suicidio de una adolescente en la comuna de Quinta Normal nos recuerda como país los desafíos todavía pendientes que tenemos para apoyar la salud mental de nuestros jóvenes. Como sabemos, hace más de una década lamentamos un hecho similar en el norte del país, cuando una adolescente también decidió quitarse la vida. Hecho igualmente triste y lamentable.
Los medios de comunicación han mostrado el malestar de apoderados del colegio cuestionando el quehacer del establecimiento educacional sobre este tema. El colegio, por su parte, apunta al rol de la familia sobre las conductas de los estudiantes involucrados. Esta discusión también ha estado presente en la literatura, la cual ha dado cuenta de que ambos actores son relevantes para entender los fenómenos de bullying. Pero más importante ha sido la conclusión de la importancia de la participación activa de ambos actores en la solución al problema. No es la familia o la escuela, sino que son ambos.
Las cifras nacionales sobre el tema, según la IV Encuesta Nacional de Violencia en el Ámbito Escolar (2014), nos muestra que un 22,3% de estudiantes dicen haber sido agredidos en el colegio ya sea verbal, física o socialmente. Al mismo tiempo, se ha visto que está presente de formar transversal en los establecimientos educacional del país.
Si bien, hemos avanzado como país en la materia desde la creación de políticas y legislaciones, todavía nos preocupan estas cifras, y en particular, hechos tan lamentables como el suicidio de una adolescente. Lo que pasó en la comuna de Quinta Normal nos refleja entonces que todavía tenemos tareas pendientes entonces para asegurar el bienestar de niños, niñas y adolescentes. La escuela, en alianza con la familia, puede ser un actor clave para generar no sólo aprendizajes de calidad, sino también seguridad y bienestar emocional para sus estudiantes.
Jorge Varela, Ph.D
Facultad de Psicología
Universidad del Desarrollo