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[Opinión] Violencia en las primeras relaciones

En el marco del seminario «Violencia en el pololeo» organizado por la Facultad de Psicología junto a otras facultades de la UDD, la doctora en psicología y sub-directora de la Unidad de Investigación en Terapia de Parejas (UTP), María Elisa Molina, escribió una columna sobre lo que conllevan las primeras relaciones de pareja.

María-Elisa-Molina

Maria Elisa Molina
PhD en psicología.
Sub- directora de la Unidad de Investigación en Terapia de Parejas
Facultad de Psicología
Universidad del Desarrollo

 

A lo largo del último siglo, en la cultura occidental, las relaciones de pareja y amorosas han experimentado cambios dramáticos desde la invención de los métodos anticonceptivos, a mediados del siglo XX, los que otorgan a la sexualidad una función diferente de la puramente reproductiva. Este acontecimiento situó a las parejas en nuevos contextos y frente a nuevos propósitos más allá de la crianza y los hijos. Con mayor acento en su carácter como experiencia humana, la relación amorosa va teniendo un sentido en sí misma y un efecto preponderante en el bienestar de las personas al ser considerada como fuente de las satisfacciones de necesidades fundamentales de afecto, contención, protección, esparcimiento, placer, valoración, apoyo a la autoestima y desarrollo del sí mismo. Por su parte, la sexualidad como una dimensión esencial de las relaciones amorosas, ha mostrado importantes transformaciones hacia una flexibilización y liberalización de sus expresiones, lo que se traduce en el inicio más temprano de la vida sexual en la adolescencia, la disminución de los tabúes y la apertura en los espacios sociales. Es así como las nuevas generaciones están transformando los modos de vivir la pareja y la sexualidad en una mutación acelerada de nuevos patrones y regulaciones que desafían los hallazgos y los estudios más recientes.

En este contexto surge el tema de las primeras relaciones amorosas, como objeto de interés, de estudio y atención, hacia su regulación en la convivencia social. En el contexto señalado, esta relaciones, denominadas pololeo, noviazgo o «andantes» (Chile), cumplen una función significativa en el desarrollo humano en la transición hacia la adultez y al mismo tiempo constituyen riesgos que es necesario prevenir. Uno de esos riesgos es que el contexto de una relación de alto compromiso emocional es, al mismo tiempo, un escenario en el cual pueden emerger diferentes tipos de daño tanto psicológico como físico y sexual.

Relaciones tempranas como transición a la adultez

Las primeras relaciones amorosas en el desarrollo humano pueden ser comprendidas a partir de dimensiones psicológicas fundamentales en la vida como son el fenómeno del apego; la diferenciación de la familia de origen; el desarrollo de la identidad, el desarrollo de la intimidad y la permanente búsqueda y generación de sentido en la vida.

El fenómeno de apego constituye la vinculación afectiva más significativa de la vida, la cual se produce con las figuras protectoras, generalmente los padres, desde los primeros momentos de nuestra existencia. Este es un sistema psico-biológico innato que se orienta a la búsqueda de proximidad con las figuras significativas demandando de éstos su disponibilidad, responsividad y disposición al apoyo especialmente en los momentos en que se experimenta amenaza y vulnerabilidad. Estas respuestas permiten relacionarse con un entorno que se percibe seguro, con curiosidad en la exploración del mundo y relaciones gratificantes y efectivas. En las relaciones de pareja emergen nuevas figuras de apego, siendo los miembros de la pareja referencias recíprocas para la protección y apoyo en los momentos de vulnerabilidad de cada cual.

La adolescencia es una etapa significativa en relación a desarrollar la identidad lo que implica llevar adelante el proceso de diferenciación. Esto apunta a sostener el balance entre la experiencia de pertenencia a la familia de origen y de individuación como una persona única. La pertenencia llevada a su extremo implica dependencia y fusión, mientras que la sola individuación puede llevar al desapego, incluso al corte emocional. En este proceso se produce la diferenciación del sí mismo que comprende la capacidad para distinguir los pensamientos y sentimientos propios y de los otros y para guiarse por los propias necesidades, pensamientos y emociones. Desde la perspectiva de la familia se desarrolla un proceso de proyección familiar, o transmisión multigeneracional, que implica que tanto los valores, las creencias como los conflictos parentales son proyectados a los hijos. Asimismo, cada familia en diferente grado vive la influencia a sus miembros de un funcionamiento emocional e intelectual compartido o común. En este sentido, muchas de los problemas de las personas pueden corresponder a la expresión de vínculos emocionales no resueltos con la familia de origen. La fusión y falta de diferenciación en la familia de origen restringe el logro de autonomía y la capacidad para regular la ansiedad y el stress. La búsqueda de pareja en consecuencia, tiene una función importante hacia el desarrollo de sí mismo, el logro de autonomía y la construcción de la propia identidad.

En la medida que la identidad se va desarrollando es posible construir intimidad con una pareja. Esto implica que se es capaz de entrar en el mundo mental de la pareja: Ahí se dialoga, se escucha, se comparte, se compara. Este proceso requiere de amplitud, en el sentido que el espectro de lo compartido abarca diversos ámbitos de la vida personal. Por otra parte comprende una actitud de apertura de cada miembro de la pareja al otro, implica profundidad y prominencia en lo compartido.

La pareja como fuente de espejamiento de sí mismo en el otro y de protección recíproca, en un intercambio íntimo y apertura del mundo personal de cada miembro al otro, permite el desarrollo de la identidad individual y de un “nosotros” de parejas, lo que colabora significativamente a la construcción de sentido de la propia existencia.

Dilemas de la adolescencia en sus relaciones amorosas

Las primeras relaciones amorosas conjuntamente con otras instancias de la vida adolescente conllevan el enfrentamiento de ciertos dilemas como es la necesidad de tomar decisiones en los planos de la sexualidad, la intimidad y el amor romántico. La sexualidad puede ser vivida o no dentro de una relación íntima, la intimidad puede ser vivida o no en el contexto de una relación romántica y amorosa. Estas decisiones incidirán en el grado de compromiso de cada miembro de la pareja y de exposición de sus vulnerabilidades en la relación, pero también en el grado de intensidad y plenitud con que se vive la relación cuando ésta se da en un contexto de pasión amorosa. Es en el contexto de una relación de confianza y cuidado mutuo donde la pasión amorosa favorecerá la construcción de una relación sana y gratificante.

Este dilema que enfrentan los adolescentes en cuanto a cómo relacionarse con sus primeras parejas responde y conlleva muchas veces a la manifestación de comportamientos violentos que surgen de y al mismo tiempo amenazan el compromiso y la intimidad. Estas manifestaciones que pueden ser en ámbitos tanto físico, sexual como psicológico pueden comprender acciones de control hacia la pareja, vigilancia, presión hacia el aislamiento social del otro o de ambos, hacia conductas no deseadas para satisfacer deseos sexuales o de otro tipo, celos exagerados, descalificaciones, manipulación emocional, amenazas, entre otras conductas. La violencia en estas parejas, tiene características similares a la violencia en parejas de adultos convivientes y casados, como son el secreto, el abuso de poder y el sometimiento, y por otra parte presenta características no comparables con los adultos, que la transforman en un problema de difícil manejo. Esto principalmente por la falta de formalización de estas relaciones y quedar fuera del ámbito del resguardo familiar.

Riesgos invisibles

Esa falta de visibilidad del problema también afecta a los propios jóvenes quienes creen que la violencia en la pareja es un tema de las relaciones adultas y, especialmente las víctimas, no se forman ni preparan para pesquisar a tiempo esta realidad. No hay conciencia de riesgo, lo que los hace más vulnerables. Es así que se trata de un riesgo muchas veces invisible, lo que se sustenta en diferentes mitos. Uno de ellos es la percepción que los adolescentes se encuentran más protegidos en cuanto a que son más permeables a las transformaciones culturales y a la valoración de la equidad en las relaciones de pareja. No obstante, aún cuando hay cambios en los roles, los estereotipos de género se mantienen particularmente en las dinámicas violentas. Otro mito que explica la invisibilidad de los riesgos se refiere a la patologización del fenómeno de la violencia, bajo el supuesto que la enfermedad o el consumo de drogas o alcohol explica la falla en el control de los impulsos. Estas consideraciones además conllevan a restar responsabilidad a los agresores cuando ocurren incidentes violentos. Una fuente importante de invisibilización de la violencia es la falta de conciencia de ésta por las víctimas, quienes tienden a no considerar lo que vivencian como daño, toleran el trato bajo el argumento de estar enamorados o enamoradas, no lo aceptan por la esperanza que su pareja cambie, no lo denuncian por vergüenza o por desinformación y por últimos por miedo a las represalias.

Lo anterior configura un espectro de la relaciones amorosas temprana de alto riesgo, por cuanto en la medida que se producen relaciones violentas en esta etapa, con mayor probabilidad esa violencia sólo se agravará en la etapa adulta, en la convivencia o el matrimonio.

La explicaciones a este fenómeno provienen de diferentes fuentes siendo una de ellas la sociedad patriarcal que llevaría a una normalización de las relaciones de poder y dominación. Sin embrago la violencia afecta a ambos géneros y tiene sus bases tanto en la cultura, en el desarrollo individual de los miembros de la pareja, como en las dinámicas relacionales y la interacción que se produce en cada pareja.

Implicancias para la prevención o reparación

Un principio central en la convivencia de la pareja es que ésta contribuya a establecer el valor de la existencia personal de cada uno de sus miembros. Eso implica que cada uno tiene visibilidad psicológica, es decir en relación a sus necesidades, deseos y opiniones y es garantizada la legitimidad de sus ideas, pensamientos, emociones y sentimientos.

Cuando estos principios son puestos en riesgo, la relación se afecta, probablemente frente a temores de uno o ambos de ser amenazado en su integridad, de ser abandonado, ante la percepción de falta de valor personal o de incapacidad para desplegarse como una persona eficaz, competente, con reciedumbre y potencia. Estas vivencias que pueden ser vividas con gran impacto emocional se asocian a experiencias de humillación que a menudo son atribuidas a la respuesta de la pareja y son expresadas en forma de comportamientos que buscan restituir una vivencia de daño o deshonra.

La compleja dinámica de estas situaciones obliga a tomar acciones desde poner término a las relaciones pero además buscar comprender los complejos mecanismos por los cuales cada uno de los miembros de la pareja fueron llevados a este tipo de interacción tanto desde quien la ejerce como desde quien la recibe.