Si consideramos la indiscutible relevancia que tiene el cuidado de los niños, es comprensible que la idea del “Apego” sea una palabra de moda. Pero cuando los conceptos se vuelven una moda, es muy fácil que caigan en el peligro de las interpretaciones y comprensiones incompletas y antojadizas. Esto no es solo es un problema de términos y definiciones, sino que muchos de estos malos-entendidos pueden terminar repercutiendo negativamente en el bienestar de las madres, padres, y especialmente en los niños.
Por ejemplo, se suele asumir que el Apego es algo que se forma en el momento del amamantamiento, entonces si la madre no ha amantado el tiempo suficiente y requerido, se asume que no habrá un “buen apego” en la relación con el infante. Otro mito se relaciona a la creencia de que el apego se forma en el momento del contacto piel a piel durante el parto, en donde el niño supuestamente quedaría “programado” en el cariño y protección de la madre. Nuevamente, se asume que si no se da ese momento, podrían surgir “problemas de apego”. Del mismo modo, se ha admitido que el apego se fomenta especialmente en los momentos de juego y estimulación, entendiendo que la falta de este puede provocar un apego inadecuado e inseguro. La dificultad, radica en que todas estas concepciones caen en el peligro de provocar en los padres (especialmente, las madres!) un sentido de culpa y responsabilidad, ya que al NO hacer determinadas acciones y procedimientos, el niño no tendrá un buen apego.
Pero existe una última concepción que está cobrando mucha fuerza e impacto en diferentes tipos de madres, instituciones, y centros dedicados a la crianza y el bienestar infantil, y es la que confunde la idea del “apego” a estar “pegados”, o que el apego es como un “pegamento”. De esto se derivan prácticas relacionadas a no separarse de él, tenerlo siempre amarrado al cuerpo, y dormir juntos y amamantar hasta la edad preescolar. Muchas de estas concepciones vienen de la idea de que en el periodo de evolución del Homo Sapiens, las madres nunca se separaban de sus crías (ya que de lo contrario no sobrevivían), entonces es una forma ancestral y biológicamente sabía de criar a los hijos. Una de las grandes dificultades que aparecen aquí es que en el periodo del Pleistoceno (periodo de surgimiento del hombre actual) las madres no iban a trabajar a los 6-10 meses de vida del niño, separándose horas de ellos. Por eso, en nuestra práctica clínica y académica diario observamos muchos niños que experimentan fuertes angustias de separación, en el momento de separarse de sus progenitores, ya que no han aprendido a explorar. Entonces, al igual que ha ocurrido en muchas prácticas, consejos y procedimientos en la crianza de los niños, cabe preguntarse: ¿A quién realmente le sirven?
¿Pero entonces, qué es el Apego? El apego es una necesidad que se encuentra en lo mas profundo de nuestra esencia biológica, emocional y social. Es la necesidad que nos hace contactarnos, protegernos y regularnos, en momentos donde experimentamos estrés. Es lo que refleja nuestro sello distintivo como seres humanos: buscar ir hacia otros seres humanos en procura de consuelo y protección. Este proceso se encuentra profundamente arraigado en nosotros, interactuando íntimamente con el desarrollo del cerebro. De hecho, la conformación de la anatomía funcional del encéfalo es literalmente esculpida en acuerdo a las interacciones afectivas que experimenta el infante (el bebé solo nace con el 22% de su cerebro desarrollado). En ese marco, a diferencia de la idea del “pegamento”, el apego es una moneda de dos caras: implica la necesidad de buscar protección y consuelo en momentos de estrés y peligro, pero también supone la necesidad de explorar, aprender, y conocer, cuando el niño se siente seguro y protegido.
Por todo lo anterior, es que el apego se produce entre los niños y sus cuidadores significativos (independientes si son los padres o no), entre las parejas, y últimamente se ha demostrado que los niños desarrollan apego con sus educadoras de párvulo (¡reforzando aún mas la imprescindible influencia que tiene la Educación Parvularia para el presente y futuro de los niños!).
La relevancia de lo expuesto es enorme, particularmente que el proceso del apego NO se da en determinadas circunstancias específicas (amamantamiento, juego, contacto piel a piel, etc.), sino que más bien ocurre como un proceso que va “desde la cuna hasta la tumba”, en la búsqueda de sentirnos emocionalmente seguros y protegidos con los otros. Lo que ocurre es que en el periodo de la infancia, el bebé necesita más que nunca de esa protección para sobrevivir y desarrollarse.
¿Pero que implicancias prácticas tiene esta idea para los padres y/o cuidadores?
Que los adultos debemos desarrollar un tipo de Cuidado Respetuoso Emocionalmente Seguro (C.R.E.S.E) que busca, más que aplicar consejos de crianza, desarrollar una actitud mental/emocional de “tener en mente la mente del niño”. Más específicamente de A.M.A.R: Es decir de aprender a Atender las reacciones del niño; Mentalizar, es decir empatizar con lo que le ocurre sin descalificarlo; Automentalizar, saber distinguir en nosotros lo que sentimos por los niños; Regular, aprender a aplicar estrategias respetuosas que no estresen y provoquen inseguridad en ellos.
Por lo tanto, es en el A.M.A.R donde emerge la seguridad del niño en su apego hacia los otros y el mundo.
Felipe Lecannelier A.
Jaime Silva C.
Centro de Apego & Regulación Emocional (CARE).
Universidad del Desarrollo.