En un segmento de su rutina en el último Festival de Viña del Mar, el humorista Edo Caroe decía: “En este lenguaje de psicología pop en el que hablamos ahora (en este lenguaje de psicología de TiKTok), es impresionante cómo fuimos la generación que descubrió la salud mental, lo importante de ir a terapia… y lo arruinamos en dos segundos. Porque ahora nuestros sobrediagnósticos son nuestra chapita identitaria. Todo es nuestras emociones… ¡ay, es que mi vínculo inseguro ansioso, es que mi apego evitativo, es que mi TDA, mi TPP, mi TLL.. es que mi cuerpo no sabe reconocer de si me ataca un oso o si no hay estacionamiento…”. Carcajadas desató en el público que lo escuchaba en vivo y, más allá de si para todos es gracioso o no este tipo de humor, Caroe dispara en este segmento de su monólogo un dardo importante en contra del uso y mal uso que está teniendo en nuestros días el concepto de salud mental y de los términos asociados a condiciones o trastornos que son objeto de cuidado.
Esta “preocupación” que denota la rutina del humorista, también está presente dentro de la comunidad académica dentro del campo de la salud mental, donde es posible encontrar una serie de artículos, libros y presentaciones en congresos en los cuales se aborda la sobrepatologización psíquica de la vida cotidiana, el mal uso de la terminología psiquiátrica, y la sobreetiquetación y autodiagnóstico que se ha visto cada vez con más frecuencia en muchos ámbitos.
Una crítica reiterada en varios textos es cómo la psiquiatría moderna de las últimas décadas ha ampliado de forma excesiva las categorías diagnósticas, absorbiendo dentro del ámbito de lo patológico muchas experiencias humanas que no lo son, lo que ha permitido que más personas sean etiquetadas como presentando un trastorno mental sin que exista una base sólida que lo justifique.
Adicionalmente, los expertos sostienen que los diagnósticos psiquiátricos se han transformado en un lenguaje dominante para interpretar y comunicar el sufrimiento humano, lo que ha generado una “cultura del diagnóstico”, es decir, los diagnósticos se han vuelto parte de cómo nos entendemos a nosotros mismos, a los otros y al mundo. En esa línea, se ha descrito el fenómeno llamado concept creep, en el cual los términos clínicos como “ansiedad”, “trauma” o “depresión” se han expandido semánticamente, usándose para describir experiencias cada vez más leves. Esto ha promovido una cultura de autodiagnóstico donde el malestar se interpreta automáticamente como enfermedad mental, de modo que por ejemplo el concepto de “trauma” ya no solo se emplea para referirse a experiencias extremas o abusos graves, sino también a rupturas amorosas o humillaciones leves; o cómo se le llama “depresión” a la tristeza o aburrimiento comunes y no a un cuadro clínico severo.
Parafraseando a Caroe, a buena hora esta generación posicionó a la salud mental en un sitial relevante, pero la manera en que se han usado (o mal usado) los diagnósticos en la vida cotidiana (incluyendo ahí las RRSS), puede estar arruinando mucho del camino recorrido. Eso, no es para la risa.
Dr. Patricio Ramírez Azócar
Facultad de Psicología
Universidad del Desarrollo