Pablo Cea González
Doctor en Psicología. Profesor Investigador Instituto de Bienestar Socioemocional, IBEM, Facultad de Psicología.
Los sistemas de auto supervisados de Inteligencia Artificial Generativa (IAG), con base en el procesamiento de grandes volúmenes de datos, han desarrollado capacidades homólogas a las humanas, tales como interpretar textos y modelar interacciones creativas en distintos dominios lingüísticos. Producen respuestas verosímiles basadas en nuestros propios registros y construcciones culturales, aportando aciertos y errores que vienen a enrostrarnos nuestra imposibilidad de tocar la realidad. Esta IAG viene a situarse en ese espacio que teníamos consagrado a “la mente”; justo entre lo biológico y la “cosa”, y desde allí, interroga a la Psicología por respuestas que desafían nuestras capacidades científicas actuales.
La psicología, con base en el giro lingüístico, ha culturizado sus postulados y adaptado su interpretación de los procesos psicológicos para aportar conocimientos a esta nueva centralidad del algoritmo. La neurociencia y la psicología cognitiva han extremado sus capacidades para modelar las arquitecturas neuromusculares que soportan la percepción, la cognición y emoción. Esta psicología ha ido en la búsqueda de respuestas mediante modelamientos probabilísticos para explicar lo no lineal, lo intuitivo, lo heurístico. Ha puesto a prueba sus teorías desde el dato empírico, para encontrar ese ajuste entre el acto y la interpretación; la relación entre el rasgo facial del avatar IAG y la reacción subjetiva del humano.
La psicología aplicada apenas alcanza a balbucear argumentos para analizar la usabilidad arrolladora con la que se imponen estos artefactos IAG. Quizá la más adelantada en responder a este desafío ha sido la PSICOLOGÍA Y TECNOLOGÍA psicología educacional, que se ha adentrado en el diseño de metaversos; en la búsqueda de nuevos usos para la realidad extendida y en la construcción de un rol para la IAG en la educación. Las otras psicologías han corrido tras el pragmatismo de la industria y de las nuevas generaciones, para apurarse en compendiar variantes y explicar las bondades y riesgos de los distintos usos de la IAG.
La IAG está demandando a la Psicología en la producción de nuevos lenguajes y modelos y, asimismo, renueva la necesidad de profundizar en ese espacio complementario de conocimiento que emerge desde la data minoritaria, desde la rareza, la variabilidad y desde todo lo que no ha sido dicho.
La psicología actual estudia a personas entretejidas en un mundo de transformaciones donde las borrosidades complejas, lo post humano y lo trans se van instalando junto con el avance de las tecnologías. Este proceso renueva el espacio en el que nos hemos constituido como ser cultural, acelerando nuestra evolución junto con la de nuestros artefactos, lenguajes y herramientas. Se trata de una Psicología que indaga en los espacios relacionales actantes, de humano-artefactos, porque viene a religar las distancias que una era de modernidad objetivadora puso entre nuestras creaciones y nosotros. Cultivamos una Psicología que observa cómo nuestras creaciones se nos encarnan, nos modifican y nos convocan a nuevos modos de interacción, como agentes creativos de IAG.
Desde nuestra indagación científica hemos observado una relación ambivalente entre personas y tecnologías. A inicios de 2023 aplicamos nuestra “escala de medición de la relación humano tecnología” a una muestra de 600 personas, detectando una relación problematizada consistente en que queremos beneficiarnos de las ventajas y aportes de la tecnología, pero, al mismo tiempo sentimos que estamos entrando en un terreno donde hay incertidumbre y descontrol. Intuimos que esta larga relación ha llegado a una encrucijada riesgosa en la cual nuestras creaciones se vuelven autónomas y pueden llegar a cambiarnos.
La medición revela que el 77% de las personas encuestadas sienten afinidad hacia la tecnología, lo que llega al 91% en el segmento específico de los jóvenes, quienes la perciben como una herramienta que facilita la vida. Para los jóvenes resulta natural aprender el uso de un software o adaptarse a un nuevo dispositivo.
Si bien, las personas, en general, no declaran especial entusiasmo por el lanzamiento de nuevos dispositivos al mercado (52%), su interés hacia tecnologías como la IAG se centra en la facilidad de uso (87%) y en los aportes (78%) que ésta puede hacer a su vida cotidiana.
Otro matiz de esta relación ambivalente es la sensación creciente de borrosidad de límites entre lo humano y lo tecnológico, donde el 71% de las personas consultadas percibe que esta evolución aún está bajo el dominio humano, pero necesita urgentemente un control normativo legal (60%). El 65% de las mujeres encuestadas opinan que ya se ha iniciado una inquietante fusión de identidades, donde lo tecnológico se ha vuelto imprescindible y constitutivo de lo humano. Ellas temen que nuestras acciones sean controladas por inteligencias tecnológicas (61%).
En la medida en que la velocidad del desarrollo tecnológico se acelera y afecta nuestra cotidianeidad, la Psicología tiene la misión de investigar y dar respuestas respecto de cómo evoluciona y cuáles son las claves para ir resolviendo los desafíos que nos ofrece esta relación humano-tecnológica que se ha ido volviendo cada vez más ambigua y nos interpela desde esa incertidumbre.