El título de la presente columna no es mío, lo escuché en un foro que analizaba la influencia de las redes sociales y probablemente no está citado de manera textual, pero rescata el valor asertivo del contenido que pretende comunicar. Es que probablemente estos medios de comunicación han transformado las dinámicas relacionales como ningún otro, tanto en tiempo, impacto y masividad respecto a sus usuarios. No sólo es la forma en que nos comunicamos, pues la manera de pensar, procesar la información y el uso de nuestros procesos mentales han ido cambiando sus énfasis, focos de preocupación y evaluaciones que hacemos de la realidad.
Esta semana conocimos los resultados de una investigación que recolecta información acerca de las percepciones de las redes sociales, realizada por el Centro de Apego y Regulación Emocional de la Universidad del Desarrollo. Franco Medina (Psicólogo egresado la Umag y Doctor de la UDD) comenta que uno de los resultados más relevantes es la positiva percepción de redes como Instagram y WhatsApp, por considerarlas constructivas al entretener y relajar, llevando a la elicitación de una emocionalidad positiva. En el extremo contrario se encuentra Twitter, que sería el lugar donde sus usuarios evalúan la mayor provocación negativa emocional, en que se observa muchas veces tensión y agresividad entre sus usuarios.
Para quienes han incursionado en las redes mencionadas probablemente no les sorprendan estos resultados, debiendo precisar el que valor de estas investigaciones no es precisamente lo inédito de sus conclusiones, si no respaldar mediante el método científico la argumentación de la realidad que cotidianamente nos rodea. De esta manera podemos comprender mejor las variables que llevan a este funcionamiento e intentar controlar los elementos que lo componen.
Personalmente creo que las redes sociales no son buenas ni malas por sí mismas, pues sólo consisten en un espacio o son utilizadas como una herramienta para la difusión de información. Lo que va caracterizando sus dinámicas es el sentido que le entreguen sus usuarios. Si bien al “pajarito azul” hace tiempo se le viene etiquetando como la más odiosa de las redes, al punto de ser catalogado como una especie de “letrina virtual” por los más críticos, no se puede desconocer que el tipo de mensajes se relacionará en parte con la identificación de las interacciones que se busquen de manera frecuente, lo que llevará al algoritmo a filtrar lo que recibiremos en nuestras pantallas. Por eso si estoy pendiente de los mensajes que opinan A, y los partidarios de B critican esa posición, en algunas ocasiones se pueden dar debates cuya calidad deja bastante que desear, pues su nivel de análisis y respeto por la disidencia es casi inexistente debido a que la prioridad sería una burda catarsis emocional que provocaría en sus exponentes la excitación de avasallar al contrario, fomentando una supuesta superioridad en quien las emite. Todos conocemos personas que presentan actitudes con una alta predisposición al conflicto, es como si anduvieran “buscando a alguien con quien pelear”. Estos individuos han encontrado en Twitter un nicho propicio cuyo objetivo inicial estaba lejos de pretender esta dinámica, y aunque no necesariamente es el predominante, el conflicto de baja monta ya se encuentra estrechamente asociado a esta red, lo que estaría relacionado con lo encontrado en el estudio respecto a la emocionalidad negativa que provoca. Esto contrasta con Instagram, que empezó como un espacio cuyo predominio apuntaba a lo visual, captando la atención de los jóvenes para la difusión de variados mensajes y temáticas con un fondo de “buena onda”, por lo que resulta ideal para relajarse y entretenerse, aunque también informa y enseña.
Conocer las dinámicas de las redes sociales nos llevarán a elegir de manera informada lo que coincida con nuestras necesidades e intereses, con lo que contribuya a nuestro bienestar y fomente una salud mental que debemos cuidar, evitando caer en discusiones improductivas e inútiles que sólo provocan malos ratos. Urge alfabetizar a las personas no sólo en el uso rutinario de las redes e internet en general, sino en la comprensión de sus procesos cognitivos, afectivos y sociales respecto a las dinámicas virtuales, por ejemplo en el impacto en su estado de ánimo, motivación y autorregulación, como en el uso del tiempo empleado en estas prácticas y el control que evite su dependencia. Internet es una herramienta maravillosa que democratiza el conocimiento, que poderosamente entrega posibilidades de aprender lo que antes estaba reservado a unos cuantos privilegiados; si llegamos a comprender esto y sobre todo a valorarlo, dejaremos de perder el tiempo en prácticas y peleas inútiles, improductivas, odiosas e incluso dañinas, para darle sentido a este verdadero “tesoro” que es mucho más valioso de lo que imaginamos.
Eduardo Pino A.
Psicólogo