La crisis global que se ha configurado a escala planetaria producto de la pandemia por el coronavirus nos muestra las fragilidades de las actuales formas de organización social, tanto de aquellas más formales e institucionales como de las más informales y relacionales, llevándonos a reflexionar sobre nuestros medios y capacidades de vincularnos, relacionarnos, aprender, trabajar y vivir nuestra cotidianidad.
Esta crisis nos muestra que problemas de escala global, de complejidad sistémica tal como la pandemia por coronavirus (y otros como el cambio climático, la pobreza, las migraciones, y un largo etc.), dejan en evidencia que los mecanismos utilizados para organizar nuestra vida social tienen fragilidades y pueden llegar a ser insuficientes para protegernos y responder antes nuestra necesidades.
Problemas sistémicos de este tipo no se resuelven suficientemente con lógicas basadas solamente en mecanismos de mercado. Y dejan en evidencia la importancia de contar con políticas de Estado efectivas como sistemas de protección social en los ámbitos cruciales de nuestra vidas. Pero también, como nos interesa destacar en esta nota, nos hacen visibilizar fuertemente el rol de la sociedad en su conjunto, y muy especialmente el rol de las comunidades, el lugar de las agrupaciones sociales de los barrios, los territorios, de la sociedad civil, e incluso de los redes de vínculos interpersonales que nos dan pertenencia y muchas veces identidad. En lo cual nuestra tarea académica, en niveles formativos y de investigación deben poner especial preocupación.
Dicho de otro modo, este tipo de problemas sistémicos y globales nos interpelan y nos hacen plantearnos qué sucede con lo público, abriéndonos a nuevas reflexiones así como a repensar nuestras relaciones con los otros, y muy especialmente, nos pone en el centro lo común. La solidaridad y el cuidado de los otros y de nosotros mismos se vuelve vital, alejándonos de la lógica imperante de solo pensarnos como individuos. Nos hace ver con más y mayor distancia crítica, la extensión y los efectos de las tendencias individualizadoras de la época. Nos referimos a la cada vez más amplia y profunda tendencia de deterioro y desencantamiento de las bases del sentido colectivo y de las formas de vida grupales y comunitarias.
Nos obliga a buscar cambios en las dinámicas y en los focos principales desde donde pensamos, investigamos, y en qué ponemos énfasis cuando formamos nuevas generaciones de profesionales. Preocupándonos y buscando caminos que contribuyan a detener la pérdida de lazos de solidaridad, la fractura de los vínculos sociales, las modificaciones en los ordenamientos simbólicos que nos alejan de la vida colectiva, y el trastrocamiento de las relaciones de los sujetos con su cultura, la pérdida de participación, el desarraigo, y el debilitamiento de los vínculos de identidad y pertenencias sociales.
Los cambios que están surgiendo en el actual contexto de pandemia nos hacen cuestionar discursos y representaciones sociales que legitiman respuesta que solo se sitúan en el ámbito individual y exclusivamente en las polaridades entre el Estado y el mercado. Específicamente, la crisis de la pandemia nos hacen valorar la fortaleza y potencial de cambio y transformación que tienen las comunidades y los procesos comunitarios en general, para situarse entre estas dos estructuras, como dimensiones esenciales para enfrentar los problemas y las necesidades que deberemos abordar el mundo post pandemia.
Específicamente, nos referimos a la posibilidad que las comunidades y los procesos comunitarios sean actores, agentes y recursos ante los límites y posibilidades que deberemos enfrentar en el escenario de crisis económica de salud y de formas de vida que hoy se nos presenta, y se nos presentará en lo que han llamado la “nueva normalidad post pandemia”. Asumiendo, visibilizando y promoviendo conocimiento, estudios, prácticas docentes que fortalezcan y muestren los aportes y la relevancia de las organizaciones ciudadanas.
En particular, nos llaman la atención sobre las cada vez más intensas demandas por mayor participación ciudadana, y en especial por nuevas formas de relación Estado–mercado-ciudadanía, en el contexto de las insuficiencias de la provisión pública, la desigualdad, la pérdida de calidad de la democracia en las sociedades contemporáneas. Destacando la necesidad de fortalecer la participación, la escucha de voces de la diversidad de comunidades y grupos, en especial de aquello invisibilizados o minorizados. Rescatando sus recursos como motor y pilar de procesos de cambio e innovación, así como vía y procesos de deliberación de conflictos, que permitan mejores soluciones ante los problemas públicos, sustentando y fortaleciendo además mecanismos de co-construcción de políticas y prioridades sociales.
Así, nos muestran que necesitamos recuperar y fortalecer el sentido de la comunidad para el aprender, conocer, habitar, convivir, en medio de un mundo diverso. Y como recurso para repensar, mejorar y ampliar la protección de los más frágiles, y en general como instrumento de provisión de recursos ante nuestras necesidades. Siendo de esta manera quizás la principal vía para enfrentar escenarios futuros después de la pandemia.
Nuestro trabajo como formadores y como investigadores productores de conocimiento, quizás deba tener un principal propósito de avance y mejora, y como criterio de valoración, la contribución que podemos hacer a potenciar la relevancia y la capacidad técnica de nuestra disciplina para aportar en la mejora y fortalecimiento de procesos comunitarios y de participación, como vía para generar mejores condiciones de vida y más bienestar para todos y todas.
Jaime Alfaro
Coordinador Área Social-Comunitaria