“Quería vivir un verdadero desafío y también conseguir ser útil en este mundo y no pensar que sólo nací para trabajar, ganar un sueldo y tener una vida cotidiana”, de esta forma, Magdalena, define las razones por las que decidió viajar más de 17 mil 500 kilómetros buscando una experiencia que fuera significativa para su desarrollo como persona.
En el marco de la Semana de la Responsabilidad Pública de la UDD, quisimos conocer el testimonio de la estudiante de Psicología, Magdalena Puertas (23), quien por dos meses viajó hasta la capital de Camboya, Nom Pen, para realizar trabajo de voluntariado.
“Quería vivir un verdadero desafío y también conseguir ser útil en este mundo y no pensar que sólo nací para trabajar, ganar un sueldo y tener una vida cotidiana”, de esta forma, Magdalena, originaria de Curicó, define las razones por las que decidió viajar más de 17 mil 500 kilómetros buscando una experiencia que fuera significativa para su desarrollo como persona.
Conoce más de su testimonio en la siguiente entrevista:
¿Cuándo tomaste la decisión de realizar un voluntariado y por qué en Camboya?
“Actualmente, debería ir en 5to año, pero me fui de intercambio un semestre a Madrid y aquí reprobé un ramo que me atrasaba en la UDD, por lo que cuando volví tuve que elegir entre tomar nueve ramos en un semestre o congelar y retomar en el periodo siguiente con menos carga académica, lo que finalmente hice.
Siempre quise hacer un voluntariado, toda mi vida, es por eso que vi este tiempo como la oportunidad más real de acercarme a este anhelo.
El 1 de abril yo estaba llegando a Nom Pen, Camboya y escogí esta ciudad porque quería que fuera difícil, quería sobre pasar obstáculos y enfrentar desafíos.
Latinoamérica no era opción, pues de cierta forma, nuestras culturas tienen similitudes, no así la cultura del sudeste asiático. Quería cambiar el switch. Mi primera opción fue la India, pero por diferentes motivos no pude y ahí me moví y pensé en Thailandia o Vietnam, pero finalmente dije “a Camboya no va nadie, no es turístico, seguramente, necesitan más ayuda ahí”.
¿Dónde realizaste el trabajo de voluntariado?
“Pedí referencias a algunos conocidos o amigos, pero no encontraba nada que me motivara. Había muchos de animales en África, construcción en diferentes países, pero no era lo que quería hacer. Yo quería trabajar con personas. Me arriesgué y buscando en Internet encontré la ONG Asia volunteers, organización que tiene programas sociales enfocados a la infancia.
Llegué finalmente a cumplir laborales al jardín infantil “Joy, Day Care”, el que funciona como una guardería para los niños que viven en basurales e hijos de las personas que recogen la basura en Nom Pen”.
¿Qué labores te tocaba cumplir en este jardín infantil?
“¡Me tocó hacer de todo! Teníamos a cargo 45 niños que llegaban a las 9 de la mañana y se iban a las 4 de la tarde.
Un día normal era el siguiente: llegaba y tenía que hacerme cargo de los niños entre 2 a 6 años. Se ponían en una fila, mientras cantan y rezan canciones cristianas. Estos 45 niños se dividían en tres cursos, cada uno con un monitor a cargo más el trabajo de nosotros, los voluntarios.
Luego, los subíamos para que se bañaran. Me llamó la atención que siendo tan pequeños ya sabían hacer de todo. Nosotros sólo supervisábamos y tomábamos su ropa sucia para lavarla durante la jornada que ellos estaban en el jardín. Por mientras, usaban el uniforme del jardín.
Después, teníamos dos horas para que ellos aprendieran a jugar, enseñarles inglés o cualquier actividad que nosotros propusiéramos que pudiera ayudarles en su desarrollo emocional e intelectual. Los voluntarios siempre llegan con regalos para el jardín: lápices de colores, cubos, juguetes, entre muchas otras cosas, por lo que también contábamos con herramientas para crear y que ellos fueran parte de este proceso de aprendizaje.
Como no éramos muchas personas, las labores se van alternando. Algunos días yo les enseñaba, otros días me tocó cocinar, lavar y colgar ropa y muchas otras cosas.
A mí lo que más me preocupaba es que a la hora de almuerzo, los niños comieran. Pensaba que ésa podría ser su única comida en el día, por lo que siempre estuve muy pendiente de que se terminaran su plato que ¡siempre tenía arroz!
Después de almorzar, teníamos que hacerlos dormir. Ésta era una tarea compleja, porque los niños siempre están pendientes de lo que uno está haciendo y son curiosos, pero con harto trabajo lográbamos que durmieran una pequeña siesta y ahí nosotros podíamos almorzar. El calor era insoportable, por lo que todo el mundo duerme siesta. La temperatura normal eran 40 grados.
Finalmente, antes de irse los duchábamos nuevamente, por el tema del calor y jugábamos o les enseñábamos diferentes cosas durante dos horas antes de irse. Me gustaba acompañarlos en la van que los dejaba con sus papás y ver cómo los recibían al final del día con tanto cariño”.
¿Cuáles fueron las cosas que más te llamaron la atención?
“Me llamó la atención que pese a que en Camboya la gente se comunica en jemer, su lengua, los niños más chicos nos entendían todo lo que les hablábamos en inglés, e incluso, los mayores directamente ya nos conversaban en este idioma. Es increíble cómo incorporan tan rápidamente el conocimiento.
Otra de las cosas que llamó mucho la atención es que allá la pobreza es extrema, pero la gente es muchísimo más feliz que en otros países. Viven en piezas de 2 metros cuadrados, pero teniendo a su familia y alimento pareciera que no les falta nada”.
¿Cómo crees que pudiste aportar desde tus conocimientos en Psicología en tu voluntariado?
“Inicialmente, me preocupé de desarrollar más rasgos míos que de la carrera en sí como ser más observadora, aprender a escuchar; y, aumentar la empatía con el entorno, pero me di cuenta que estas herramientas efectivamente me ayudan en lo profesional y cómo quiero ser en el futuro como un todo.
Específicamente, en un caso, me di cuenta que uno de los niños que estaba en el jardín no iba a la par con el aprendizaje del resto y creo que lo pude identificar por lo que aprendí en el ramo de Psicología Evolutiva en la primera infancia. Traté de estar más pendiente de él y que se sintiera incluido en todo lo que hacían sus compañeros”.
¿Desde dónde surgió la necesidad de tomar este desafío?
“Pese a que el resto puede decir que mi vida es muy fácil, o que tengo muchas ventajas sobre otros, no por eso no he tenido que sobre pasar obstáculos. Agradezco lo que tengo y lo que he vivido. Cuando te comparas con realidades tan extremas, te das cuenta que lo que has pasado no es nada frente a otros. Yo me quejo por tener que venir en micro a la universidad a las 7 de la mañana, pero cuando ves que hay personas que no tienen qué comer, dónde dormir y ni lo más básico como un baño o agua potable, te das cuenta que es uno quien está perdiendo el foco de lo importante.
“Quería ver lo que era realmente la pobreza, porque en Chile, siento que hay una pobreza mental de valorar más lo material que lo que realmente importa como la salud, los vínculos familiares o la espiritualidad”.
Magdalena Puertas estuvo dos meses en una “casa de huéspedes” en Nom Pen, Camboya, compartiendo con personas de diferentes partes del mundo. Contó que le pasaron «mil cosas» que le hicieron replantearse su estadía, pero que pudo salir adelante empujada por el ánimo de ayudar a otros. Relató también que la comida no fue nunca un problema y que hasta el día de hoy “extraño los platos de arroz y noodles que nos preparaban nuestras “sisters” (personas locales que trabajaban en la guest house).