A casi un año de que se conociera en Chile el primer caso de covid-19, no resulta inusual que cada día más personas se sientan extremadamente agotadas de la vida en pandemia, e incluso reacias a continuar respetando las normas preventivas de contagio.
Se trata —como lo definió la Organización Mundial de la Salud (OMS)— de la “natural y esperada” fatiga pandémica, esa “angustia que puede resultar en desmotivación para seguir las conductas de protección recomendadas, emergiendo gradualmente con el tiempo y afectada por emociones, experiencias y percepciones”.
La pandemia, además de los temas sanitarios, trajo consigo asuntos de salud mental que están asociados a emociones como la incertidumbre y el miedo”, asegura Jaime Silva, psicólogo e investigador del Centro de Apego y Regulación Emocional (CARE) de la U.
del Desarrollo.
Según el especialista, al principio más personas respondieron activamente, intentaron informarse y saber de qué se trataba el coronavirus y tomaron resguardos. “Pero con el tiempo, cuando esto se prolonga, la gente empieza a tener un afrontamiento más pasivo y errático y dejan de seguir las medidas de prevención como al comienzo.
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