En una reciente nota para el diario La Tercera, el Dr. Jaime Silva, director del Instituto de Bienestar Socioemocional (IBEM) de la Universidad del Desarrollo, analizó los resultados del estudio «Tres generaciones de chilenos» de Cadem, el cual muestra que los adultos mayores (65 a 74 años) son el grupo más feliz, mientras que los jóvenes (18 a 25 años) registran los niveles más bajos de felicidad. Silva señaló que “Chile no tiene un nivel bajo de felicidad -más bien se mantiene relativamente moderado a alto-, pero efectivamente el indicador se ha ido moviendo con los años en respuesta a las contingencias del país”. No obstante, aclaró que “decir que Chile ha tenido cambios drásticos en sus niveles de felicidad sería equivocado”.
Respecto a la relación entre felicidad y edad, explicó que esta ha sido ampliamente estudiada, mostrando que la felicidad sigue una curva en forma de “U” o una sonrisa: se observan mayores niveles en la infancia y en la vejez, mientras que en la adultez media se experimenta un “valle asociado al estrés”. En esta etapa, las personas enfrentan decisiones de largo plazo y “mucha presión social también por esas decisiones que tomas o no”. Esto genera un desajuste entre expectativas y realidad, ya que “uno se imagina para uno mismo ciertas cosas que luego después no pasan”.
En esa línea, Silva detalló que la felicidad o la experiencia de satisfacción con la vida tiene múltiples componentes. “No hay un secreto o un solo factor”, comentó. Sin embargo, identificó cuatro pilares que caracterizan a las personas con mayor bienestar. El primero, y más importante, es la satisfacción con las relaciones interpersonales. A este le siguen la capacidad de conectarse con el presente –“vivir el aquí y ahora”–, tener un propósito o un sentido a largo plazo y, por último, tener conciencia del propio mundo emocional.
Asimismo, señaló que políticas relacionadas con la confianza en las instituciones, la salud, los ingresos y la desigualdad pueden tener efectos positivos en la percepción de felicidad en Chile.
Finalmente, advirtió sobre la “tiranía de la felicidad”, un fenómeno que ocurre en países donde se sobrevalora la felicidad como experiencia emocional. “La ‘obligación’ a ser feliz genera presión y más estrés y, por tanto, esa población es menos feliz, paradójicamente”, explicó Silva.