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La paradoja de la sociedad feliz | Reflexión




Dr. Jaime Silva
Director Instituto de Bienestar Socioemocional (IBEM-UDD)


20 de marzo: Día Internacional de la Felicidad

Cada 20 de marzo se celebra el Día Mundial de la Felicidad, una fecha que resalta la importancia del bienestar. Sin embargo, en una sociedad donde la felicidad se ha convertido en una obligación, esta conmemoración resulta paradójica. Más que una experiencia espontánea, la felicidad se ha convertido en un mandato, y su ausencia se percibe como un problema que debe revisarse a toda costa.

Las redes sociales han intensificado esta imposición de la felicidad, promoviendo una versión idealizada de la vida donde solo hay espacio para el éxito, el optimismo y la plenitud constante. La presión por mostrar una existencia perfecta refuerza la idea de que cualquier señal de tristeza, ansiedad o insatisfacción es una anomalía que debe corregirse. En lugar de permitirnos experimentar y procesar nuestras emociones, vivimos atrapados en la ilusión de una felicidad ininterrumpida.

Un síntoma claro de este fenómeno es la creciente medicalización de la vida cotidiana. Nunca antes se había consumido tal cantidad de psicofármacos para manejar emociones normales. Chile ocupa el quinto lugar en la OCDE en consumo de antidepresivos, con 94 dosis diarias por cada 1.000 habitantes en 2022. Además, los psicofármacos son ya el segundo grupo de medicamentos más consumidos en el país, solo detrás de los cardiovasculares (MINSAL, 2023).

El problema no es solo el desmedido uso de fármacos, sino lo que este fenómeno revela sobre nuestra relación con el sufrimiento. En lugar de fortalecer herramientas psicológicas, sociales y culturales para afrontar la vida, hemos normalizado la idea de que cualquier desajuste emocional requiere una solución química. Paradójicamente, al evitar el malestar, hemos construido una sociedad más frágil y menos resiliente.

No se trata de demonizar la farmacología, sino de preguntarnos si estamos abordando la salud mental de forma integral o dejándola en manos de la industria farmacéutica. ¿Cuánto de nuestro sufrimiento es un problema individual y cuánto es consecuencia de un sistema que nos exige ser felices a toda costa?

Para un bienestar sostenible, necesitamos políticas que no solo amplíen el acceso a tratamientos, sino que también fortalezcan las conexiones interpersonales, la alfabetización emocional y reduzcan el estrés estructural, como la inestabilidad política y económica o la delincuencia. La felicidad en una sociedad no debería ser un mandato ni un objetivo impuesto, sino la consecuencia natural de un equilibrio entre las necesidades individuales y un entorno sociocultural que brinde oportunidades, contención y normas claras de convivencia.