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Sociedad y Salud Mental | Reflexión


Dra. María Elisa Molina
Directora Laboratorio Procesos de Transformación y Agencia Humana (Lab- TAH)


El Día Mundial de la Salud Mental, que se celebra este 10 de octubre, debiera llevarnos a reflexionar sobre cómo un tema que suele ser complejo de observar, visibilizar y comprender ha tomado tanta relevancia en nuestra sociedad. Vivimos una época marcada por una creciente preocupación frente a los indicadores emocionales, conductuales y relacionales en niños, niñas, adolescentes, adultos, personas mayores, familias y la convivencia social en general. La salud mental no es un asunto exclusivamente íntimo o privado; cruza dramáticamente las fronteras de la vida individual y familiar, afectando las dinámicas escolares, sociales, laborales, públicas e incluso las celebraciones y el juego.

Los avances tecnológicos permiten reflejar esta expansión de lo íntimo hacia lo público, generando oportunidades para visibilizar, informar y crear conciencia sobre realidades psicológicas complejas. Al mismo tiempo, estos avances constituyen un espacio de riesgo para personas en situaciones vulnerables, quienes carecen de recursos y apoyo adecuados.

Nos encontramos en una época de intensas transformaciones. En Chile, tanto el estallido social como la pandemia rompieron con la idea de estabilidad de la vida y nos enfrentaron a una crisis global que evidenció inequidades en salud, trabajo y acceso a recursos básicos. Junto con la constatación de vulnerabilidades e inequidades, la incertidumbre se ha instalado como una constante en nuestras vidas, y aunque los avances tecnológicos ofrecen soluciones innovadoras, también presentan nuevos desafíos y llevan a nuevas transformaciones en un mundo de cambio continuo.

Esta realidad incierta, los nuevos conceptos de diversidad y la ‘vida líquida’ contemporánea, han generado mayores niveles de miedo y ansiedad, lo que se traduce en fragilidades emocionales tanto a nivel personal como social. En tiempos como estos, las identidades entran en crisis: ¿cuál es nuestra pertenencia?, ¿quiénes somos en determinados contextos sociales? La emergencia de nuevas identidades y grupos también conlleva la percepción de nuevos «otros» a quienes sentimos que debemos enfrentar, desafiar o desconfiar. Esta dinámica afecta la salud mental y el bienestar de la convivencia en los niveles más básicos de la sociedad, como las familias, las comunidades y las instituciones.

Las expresiones y prácticas colectivas juegan un papel fundamental en la construcción de significados que catalizan cambios. Los movimientos sociales se convierten en escenarios clave para procesar temores, sanar heridas y gestionar necesidades compartidas relacionadas con el bienestar, la justicia y la convivencia. Las disciplinas de la salud mental, como la psicología, la psiquiatría y el trabajo social, entre otras, enfrentan una gran presión para atender tanto las crisis actuales como para promover la prevención y el bienestar a nivel individual y comunitario. Sin embargo, muchas veces los recursos no son suficientes para satisfacer estas demandas.

Ante esta situación, la sociedad se ha movilizado en busca de alternativas que promuevan aprendizajes y nuevas formas de vida saludable. Esto se refleja en el aumento de la demanda por atención en salud mental, así como en la creciente participación en cursos, talleres y grupos que proporcionan herramientas para una vida cotidiana más satisfactoria. Estos cambios reflejan una disminución del estigma asociado a las necesidades psicológicas y al recibir atención especializada en ese ámbito, valorándose cada vez más el bienestar emocional como un aspecto central de la vida. Esta valoración abarca hacer conciencia de las vulnerabilidades y del cuidado, reconociéndolos como aspectos que están presentes a lo largo de todas relaciones humanas, en todos los géneros y a todas las edades.

Probablemente, la necesidad de poner la salud mental en el centro también implica un retorno a valores fundamentales como la ética. No podemos generar conciencia sobre este tema sin incorporar criterios éticos en nuestros discursos y diálogos colectivos. La salud mental y la sociedad están profundamente entrelazadas, especialmente en un mundo que enfrenta cambios rápidos y constantes. No es solo un desafío individual, sino un fenómeno colectivo que refleja tensiones y contradicciones sociales. En una sociedad interconectada, es esencial avanzar hacia un enfoque holístico y ético, donde las políticas sociales, las prácticas comunitarias y las estrategias individuales trabajen en conjunto, integrando tanto el apoyo personal como la transformación social. De este modo, nos aseguramos de que nadie quede al margen de los procesos colectivos de desarrollo, cuidado y sanación.