El estallido social de lo que pudiéramos llamar la “primavera austral” ha develado un descontento social de proporciones. La exigencia de cambios estructurales al modelo económico y al funcionamiento político ha puesto en jaque al devenir habitual de nuestra convivencia social. Existe consenso transversal sobre que la violencia no es el camino a seguir y que se requieren grandes consensos de país para trazar una ruta colectiva nueva, tal vez con diferentes reglas pero con la misma noción de trasfondo.
Como académicos e investigadores del Centro de Apego y Regulación Emocional (CARE), estamos interesados en cómo los vínculos afectivos -las relaciones humanas, el contexto interpersonal- modelan y moldean el pensar y actuar a través de todo el ciclo vital, particularmente en situaciones adversas. En el contexto mencionado, quisiéramos humildemente aportar con reflexiones informadas científicamente, a partir del conocimiento que las ciencias psicológicas aportan sobre la experiencia humana.
Los estudios en psicología y neurociencia han demostrado que uno de los efectos más inmediatos del estrés y la adversidad es la dificultad para empatizar, comprender y considerar a otros. En su grado máximo, las personas podemos -al sentirnos amenazados- deshumanizar a otra persona. Esto significa que, aun cuando seamos seres sociales, bajo ciertas circunstancias podemos tratar a otro ser humano como un “ente” carente de valor y consideración. Las atrocidades más grandes de la historia han ocurrido bajo ese contexto mental.
Cuando irrumpen conflictos sociales, las diferentes avenidas políticas (en su concepto más amplio) son el contexto sobre el cual las personas deshumanizan a sus rivales, en búsqueda de la protección de sus propios intereses y certidumbres. La radicalización de estas conductas conduce a la escalada de la animadversión. El conflicto social encuentra en el mundo emocional el combustible que alimenta la hoguera del odio.
Los acuerdos sociales exigen, antes que nada, de una perspectiva empática entre las partes en conflicto. Una perspectiva que promueve la humanización del otro, de todos. Esta perspectiva es un desafío que no solo compete a los vínculos interpersonales sino que debe ser integrada a nuestro sistema social. Gran parte del descontento manifestado refiere que muchas personas se sienten deshumanizadas en su diario vivir. Como nación debemos en los meses (tal vez años) que vienen crear una conciencia social de la necesidad de la apertura empática hacia el otro, como ha insistido durante décadas el científico chileno Humberto Maturana. Esta construcción empática debe respetar las diversas historias, experiencias y vivencias que configuran los diferentes puntos de vista. Una agenda nacional de fomento en educación emocional, avanzaría en la línea de lo que sostenemos.
Si queremos construir un país donde todos son bienvenidos y las distintas perspectivas escuchadas, requerimos una educación emocional de mayor complejidad, profundidad y apertura. El desarrollo emocional y de las habilidades socio-emocionales son la base sobre la que se construye una participación social colaborativa, basada en el respeto a otros y que alimenta sinérgicamente la mejora en habilidades de auto-regulación.
La marcha masiva como la de este viernes 25 de octubre es una invitación a comprender la perspectiva del otro y respetar su historia. La marcha nacional es el reflejo de la necesidad, como país, de construir un nuevo relato común y compartido. Es este contexto el inicio y base necesaria que debe guiar la coordinación de las personas en sociedad. Esto no es algo que ocurrirá instantáneamente y sin mayor esfuerzo. La educación emocional es una herramienta potente que tenemos como sociedad para enfrentar conflictos, situaciones de adversidad y de crisis, pudiendo aproximarse a un entendimiento común más profundo que sea la base de una convivencia social más sana y más justa.
Dra. Daniela Aldoney
Dr. Francisco Ceric
Dra. Soledad Coo
Ps. María Jesús Ihnen
Dra. Carola Perez
Dr. Gabriel Reyes
Dr. Jaime Silva
Ps. Anastassia Vivanco